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A MODO DE INTRODUCCIÓN
En 1970, yo entraba en esa edad de las pasiones que es la adolescencia. Era una tarde de verano, y mi padre tenía visita en su despacho. Un antiguo ?escolín? suyo, que venía de México de vacaciones, le obsequió con una caja de puros encargada a nombre del visitante y el tomo de ?La Regenta? de la ya legendaria edición de bolsillo de Alianza Editorial. . En la dedicatoria del libro, donde destacaba una esmerada caligrafía, se hablaba de la magnífica novela que dedicaba a su maestro, al tiempo que se manifestaba el propósito de no asemejarse a los indianos ignorantes y explotadores que aparecían en La Regenta. Aquella tarde de 1970 escenificó casi al completo lo que este ensayo pretende ser. Un análisis pormenorizado de una injusticia poética, sufrida por los indianos a causa de la mala acogida que la mejor literatura del XIX y parte del XX tuvo a bien dispensarles.
Para aquel maestro imbuido de la mejor tradición liberal y krausista que desembocaría en la República, Clarín y su Regenta eran referentes indispensables. Pero también lo era la Asturias rural donde había nacido y donde había desarrollado la práctica totalidad de su vida docente. Mi padre sabía muy bien lo que habían significado los indianos para el entorno rural donde vivía. Ellos habían pagado de su bolsillo escuelas y carreteras. Ellos habían aportado un concepto de modernidad en las edificaciones que mandaron construir. Ellos regresaron, temporal o definitivamente, liberados del equipaje de mentalidad clerical que tanto había fomentado el atraso en Asturias, de forma singular en el medio rural.
Por su parte, aquel maestro institucionista también sabía sobradamente que, desde la generación de Clarín y Galdós, la mejor tradición del intelectualismo español, apostaba muy fuerte por una culturización del país con apoyo a aquellas gentes que, teniendo talento, carecían de medios económicos para cultivarse y para, en palabras del alter ego de Pérez de Ayala, ?educar la sensibilidad?
Y, sin embargo, se diría que existía un enorme desencuentro entre los que donaban los medios para modernizar el medio rural, los indianos, y los intelectuales universitarios, cuya procedencia social era más bien burguesa o aristocrática, y que acaso no podían evitar un cierto prejuicio a la hora de ver a los indianos enriquecidos como una especie de advenedizos, negándose, por tanto, a reconocer cuanto podía haber en ellos de positivo para el proyecto de culturización del país. Tendrían que haber sido aliados, a la hora de defender idénticos afanes y empeños, pero no fueron así las cosas.
Y, por deformación profesional de licenciado en Literatura, tampoco pierdo de vista algo importante en lo que también insistiré a lo largo de este ensayo. La literatura de élite, la mejor, la más culta, coincidió de forma casi total con la literatura popular, esa que no se concibe para ser escrita, sino para ser contada. Conozco el medio rural, que también es en gran parte el mío, y sé bien que, entre las gentes no letradas, la imagen del indiano rico es similar a la que ofrece la mejor literatura escrita. Hombres fanfarrones e ignorantes, hombres desclasados que olvidaban sus orígenes y que volvían a sus lugares natales con una descarada voluntad de exhibir sus riquezas, pero sin pulir su espíritu. El romance que se conoce como ?Americanu del Pote? es bien ilustrativo al respecto. Y la leyenda rural del ?americano? que regresa a su pueblo trajeado de forma impecable, y que obsequia al taxista con una enorme propina, que era el último dinero que le quedaba, se cuenta en muchos pueblos de la geografía asturiana. Documento no escrito y al mismo tiempo básico para eso que se conoce como ?historia de las mentalidades?
Entre una y otra literatura, se forjó la leyenda ?escrita y contada ? del indiano, una literatura que, como venimos diciendo, lo dejó en muy mal lugar e hizo hipérbole de sus defectos, engrandeciendo un tópico. Y, sin embargo, en ese mismo medio rural contaba con mejor prensa el viejo hidalgo que se había ido arruinando, y que muy poca cosa había hecho por el cultivo intelectual (también el de la tierra) propio y ajeno. Hay un pasaje en los Diarios, de Jovellanos que atestigua bien esto que acabamos de decir.
Nadie va a discutir ahora la extraordinaria calidad de una novela como La Regenta. Así pues, la injusticia poética que comete contra los indianos no va en detrimento de su importancia como una de las grandes obras del género. Lo único que se pretende aquí es alambicar de este gran libro el tratamiento que los indianos reciben, tópico e injusto, como creo que quedará demostrado. Lo mismo podría decirse de Palacio Valdés en sus novelas, El Cuarto Poder, El Idilio de un Enfermo y El Maestrante. En la Sinfonía Patoral, ya recibe el indiano otro trato, pues estamos en 1931. Lo mismo en lo tocante al tratamiento que los indianos reciben. Desde luego, la calidad literaria de dichas novelas está a años luz de la que alcanza Clarín con La Regenta. Y, aunque con muchos matices, tampoco salen muy bien parados los indianos en una de las grandes novelas del ciclo autobiográfico de Pérez de Ayala, en La Pata de la Raposa, novela que, por otra parte, mereció grandes elogios de alguien tan exigente en su tarea de crítico como Miguel de Unamuno.
Son, pues, estas tres novelas las que se van a tomar como referentes a la hora de analizar la presencia del indiano en la mejor narrativa asturiana escrita en castellano. Alcanzamos aquí un territorio de obligada parada y fonda como son las acotaciones. Es decir, la muestra literaria podría extenderse a más títulos y a mas autores, pero es intención de este ensayo ceñirse a los títulos referidos, lo que ya se anuncia desde aquí para advertencia al lector de lo que se va a encontrar en las páginas de este libro.
Además de las novelas referidas también habrá cabida para analizar la figura del indiano en un conocido relato de Clarín, Boroña, a quien trata con todo el cariño del mundo. Aquí el indiano sigue siendo rural, y no urbano. Aquí, es un perdedor que regresa moribundo a su pueblo, o tan asturiano como se marchó. Es el contrapunto de los indianos que desfilan por La Regenta. No olvidemos tampoco que, desde El Quijote, los héroes de las grandes narraciones son perdedores.
Y es contradictorio, si atendemos a la obra total de Clarín, su despecho a los indianos, cuando en un prólogo escrito en 1880, muy pocos años antes de la publicación de La Regenta a un libro sobre emigración escrito por Eduardo González Velasco, Alas da muestra una vez más de su inquietud por cuanto sucede en Asturias, siendo el fenómeno de la emigración forzosa y forzada uno de los más notorios de entonces.
Así pues, cada una de estas obras mencionadas ocupará un capítulo del ensayo. Y, al final del texto, se hará una especie de balance de lo que arrojan las reflexiones que los textos suscitan.
El afán que mueve y conmueve a quien escribe este ensayo es tan ambicioso como el intento de coadyuvar a la reparación de una injusticia poética, que no es más que el espejo de una injusticia histórica y social.
Invito al lector a que incurra en la lectura de estas páginas que siguen. Son un tránsito por la cultura y la historia de Asturias, extrapolables en gran parte a otros territorios del norte de España, especialmente Galicia y Cantabria.
Espero que el viaje y la navegación valgan la pena.
En Lanio, Octubre de 2002.